martes, 10 de febrero de 2015

Mundo bucle

Después de terminar un proyecto y publicarlo y venderlo por ahí con menos suerte que desgracia, una vez desinflado el ego y puestos los pies en la tierra; una vez comprobado que el cielo no ha cambiado de color y que la gente sigue con su vida a pesar de que haya un libro más en el mercado, unas letras ilustradas de uno más que se mira el ombligo; una vez pasados esos momentos de euforia y la espera estéril que viene detrás, digo, solo queda la sensación de que ahora toca morirse o esperar la muerte entretenido con algún pasatiempo vacuo, sin caer en la cuenta de que lo que acabas de dejar en depósito legal a lo mejor es el pasatiempo vacuo de otras personas que acaban de poner fin a otro proyecto y que matan la muerte lenta mientras esperan que otro meta motivo les lleve a sumergirse en una creación insensata o en un viaje regenerador o en el mundo bucle del encaje de bolillos. Entonces, un poco culpable por dejarme seducir por las ficciones ajenas, dibujo distraídamente una mesa en un papel y le pongo un niño debajo. El niño debajo de la mesa. Dos niños debajo de la mesa. Vamos a probar el pincel nuevo. Le hago unas manchitas muy graciosas a las patas de la mesa. Agoto la tinta del pincel dibujando un árbol; luego un payaso muerto con el pilot. Si supiera escribir poesías escribiría una para el payaso muerto. Me invento un Ron Soloz que se atreva a intentarlo. Me escribe veinte disparates y se los ilustro con esa seguridad que te da que el cliente sea inventado y no tenga pensado pagarte. Discutimos. Lo dejo solo en una carpeta, triste como su payaso muerto o como ese señor de gabardina que pasea tontuno por el bosque, sin nada por debajo. Dibujo al señor tontuno de la gabardina y pienso en qué poner en su camino para que no se aburra y que no parezca que anda esperando la muerte y se me ocurre que de alguna manera se podrá meter en el mismo paquete a los niños que acechan bajo la mesa, al payaso muerto, al poeta inventado, al hombre triste y , por qué no, a un perro muerto, y transformarlo todo en otro entretenimiento tontorrón para alguien que acaba de terminar un corto de animación, una cena para trece o una pared de ladrillos.

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