domingo, 12 de mayo de 2013

Trabadelo y el hombre de la oreja verde.



Recuerdo que andaba yo un día, allá por el 88, borracho como un lémur en la noche gijonesa, cuando me di de bruces con Paco Abril, el hombre de la oreja verde en la sección infantil de la Nueva España. Lo reconocí al instante y dije:

­—¡Coño, si eres el hombre de la oreja verde!

No dijo nada (creo que arqueo una ceja) y no insistí. Me sumergí en la pista de baile con un vaso de un líquido azul que acababa de robar en la barra y me dediqué a hacer como que bailaba dejando que mi mano muerta se frotara con los culos de las chicas.

Al día siguiente estábamos los amigos  en el parque fumando unos porros y también estaba Trabadelo (nombre ficticio), un tipo que andaba con nosotros aunque dudo que fuera amigo de nadie. No bebía ni fumaba porros ni tabaco, asistía con curiosidad antropológica a nuestras celebraciones adolescentes y a veces intervenía, indiferente y sin implicarse emocionalmente,  en nuestras conversaciones. Su madre estaba como un queso y cuando íbamos a su casa (nunca entendí por qué nos invitaba) solía acariciarnos la nuca y hablarnos con diminutivos y yo siempre imaginaba una relación incestuosa entre madre e hijo. 

El caso es que estábamos en el parque con las pestañas erizadas y la risa floja y recordé  mi encuentro con Paco Abril, solo que no recordaba su nombre real.

—Ayer me encontré con el hombre de la oreja verde —dije.

Se hizo un silencio porque nadie leía el periódico y menos aún la sección infantil.

—Tiene otro nombre pero no lo recuerdo ahora. Sale en el periódico.

—Da igual, amigo Javier, si tenía una oreja verde seguro que su nombre es impronunciable para la especie humana —dijo entonces Trabadelo.

—¿Tú te follas a tu madre o qué? —dije. Trabadelo siempre me superaba en agudeza y me hacía perder las buenas maneras con su laconismo.

Se levantó y se fue y ya nunca más se volvió a arrimar a nosotros. Me he enterado por casualidad de que ha publicado recientemente y con bastante acierto, un estudio revolucionario sobre la manera en que nuestro  cerebro anfibio se relaciona con la corteza cerebral y de qué manera nuestras decisiones aparentemente racionales dependen de una criba emocional que las hace no tan racionales.

¿Os imagináis que nunca  hubiera insultado a Trabadelo y su prodigioso cerebro hubieran acabado siendo captados y anulados por nuestra secta de descerebrados?

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