Marisa dice que debo encontrar un remedio para mi fobia a los niños
porque cada vez son más los eventos sociales que evitamos para que yo no tenga
que soportar su presencia. Si bien puedo disimular mi repulsión cuando
mantienen cierta distancia de seguridad y, sobre todo, cuando pasan
desapercibidos mientras juegan a esas cosas tan inquietantes, también es verdad
que la situación se hace insoportable y una nausea emerge de los más profundo
de mi ser cuando consiguen erigirse en protagonistas de la función y captar la
atención de los adultos con sus insensateces. A dios gracias, solo esporádicamente
algún niño de espíritu inocente se siente atraído por mi presencia y una vez
ocurrió que un primito de mi Marisa pretendió subirse en mis rodillas, pero yo
reaccioné con presteza levantándome justo en el momento en que el niño escalaba
mis piernas haciendo que se cayera hacia
atrás golpeándose la cabecita contra la esquina. Mientras el niño lloraba yo
permanecía paralizado con las manos en alto dando a entender que no aceptaba mi
responsabilidad en el accidente y pude notar cierta acritud en las miradas de
los padres del niño e incluso en la de mi Marisa, que estuvo toda la tarde
ninguneándome.
Es por eso y por muchas cosas más que mi Marisa me apuntó a un
taller de cuenta cuentos sin fronteras
esperando que la exposición premeditada a un grupo de niños hiciera
desaparecer mis miedos para siempre. El taller estaba lleno de pelotas de
colores con caras sonrientes pintadas rudimentariamente con rotuladores. Las
pelotas hacían las veces de niños que escuchan y nosotros les contábamos los
cuentos. Yo me tomé el asunto como un reto y fui muy aplicado, tanto así que
muy pronto me hicieron participar en un cuenta cuentos real con niños de verdad
que acudieron a una biblioteca para el evento. A mí me tocó el segundo y tenía
pensado contarles el de la princesa pija y el guisante pero al ver esos ojitos
asombrados y expectantes y sentirme yo seguro con mi sombrero de copa amarillo y
mis gafas de cristales anaranjados, insistí en quedarme a solas con ellos y
decidí olvidarme del cuento que tenía preparado e improvisar sobre la marcha
algo mucho más divertido.
- Había una vez un Ramón que vivía en un hospital y que no se podía
mover de su cama, digo un Ramón porque tenía la nariz muy separada de la boca, las
cejas espesas y una oreja más grande que la otra y las dos llenas de pelos y no
podía llamarse de otra manera. Bueno, pues este Ramoncito comía, leía, meaba y
cagaba sin moverse de la cama...¿Os hace gracia?-(Los niños se reían porque
Ramoncito cagaba)- pues que sepáis que, aunque parezca divertido poder hacerlo
todo sin moverse de la cama, Ramoncito sufría en silencio cada vez que tenía
que cagar porque era esta una empresa delicada. Cuando esto ocurría, Ramoncito
llamaba a las celadoras y estas llegaban con una bandeja que le colocaban
debajo del culo. La bandeja no era muy profunda y la mierda enseguida le
embadurnaba las nalgas a medida que se iba acumulando, luego llegaban las celadoras
para quitarle la bandeja y limpiarle el culo y le llamaban cochinote y ponían cara
de asco y esto a Ramoncito le daba mucha vergüenza así que un día decidió que
no volvería a cagar más y se metió una cera de colores que tenía en la mesita
por el culo para que hiciera de tapón. Pronto comenzó a inflarse su tripita
como un globo y al quinto día de aguantar la mierda acumulándose dentro, las
tripas no pudieron más y Ramoncito reventó como un sapo esparciendo toda la
caquita por las paredes, la pantalla del televisor, el gotero, las sábanas, la
cara de su compañero de habitación, que no podía hablar porque tenía una enfermedad
degenerativa que lo había convertido en una berenjena, en fin , lo salpicó todo.... Y esta es la historia de Ramoncito.
Me quedé escrutando sus caras esperando alguna reacción, pero
estaban todos con las bocas abiertas y las mandíbulas en el ombligo.
- ¿Y por qué estaba Ramoncito en la cama y por qué no podía
moverse?- se atrevió a preguntar el más listo.
-¡¡ME CAGO EN LA PUTA, NIÑO, ¿A QUIÉN COÑO LE IMPORTA LO QUE LE
PASABA A RAMONCITO?¿NO VES QUE REVENTÓ COMO UN SAPO? ¿ES QUE NO ENTIENDES LA
MORALEJA?!!
Alguien me pasó el brazo por encima del hombro mientras otra
persona me empujaba hacia fuera de la sala.
Ya en casa, pude adivinar que le habían chivado a Marisa lo
sucedido por su cara tensa y la mirada fría.
- ¡Ay, Marisa, los niños de ahora no tienen principios ni valores!
Marisa no puede estar mucho rato enfadada y tiene la risa fácil.
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