Mario se acostó a las 7 de la mañana completamente borracho y se despertó dos horas más tarde con una desagradable sensación de muerte inminente. Se tomó1/4 de litro de ginebra y se fumó 9 cigarrillos pero la sensación no desaparecía. El centro de salud estaba a unos 200 metros de sendero de monte, pero había un perro suelto en una casa, a mitad de camino, y en su estado no se encontraba preparado para semejante encuentro. La única opción era ir dando un rodeo que alargaba el recorrido en 300 metros más aproximadamente. El infarto era inminente y estaba solo. Abrió una botella de vino y la mezcló en dos botellas con zumo de piña. Procuró beber despacio, pero las arcadas no tardaron en aparecer. Hizo un estucado de vomito de vino con tropiezos de sabe dios qué en la pared de la cocina y su pulso se aceleró. Subió al servicio y se sentó en la taza con la botella de vino y zumo a sus pies. Por alguna extraña razón, mucha gente se sienta en el retrete a esperar la muerte cuando se encuentran mal y unas veces les llega y otras veces solamente les hacía falta un par de vinos y cagar un poco. 45 minutos más tarde comprendió que la muerte no iba a esperar mucho más y que esta vez el vino no le iba a salvar, así que decidió tomar el camino largo hasta el centro de salud para evitar a su familia el mal trago de la identificación de un cadáver putrefacto pegado a un retrete y con una botella de vino a sus pies. Corrió todo lo que pudo y cuando llegó al centro de salud, sudando y jadeando, y le explicó la situación a la doctora, esta le dijo que ante un infarto inminente es poco recomendable correr o hacer pesas. Le miró la tensión y le hizo un electrocardiograma. Mario padeció una erección involuntaria. Le entró la risa pero no se cayó de la camilla pese a que bien podría haberlo hecho. La Señora Doctora era vieja y simpática y le dijo que ya no estaba en la edad de ir de doblete (de lo cual Mario dedujo que apestaba a alcohol y tabaco). Salió de allí relajado y borracho. Se paró en un bar, pidió un vino y luego otro y otro, y las cosas recuperaron su aspecto de siempre: las caras sin ojos; los movimientos lentos; los colores vivos y vibrantes; las chicas feas menos feas y más simpáticas y las chicas guapas más guapas pero sin boca; las imágenes de la tele dobles. Los paletos sin cara. Y una sensación constante de déjà vu.
Pensó que la Señora Doctora tenía unos ojos muy bonitos y probablemente fue una mujer hermosa no hace tanto tiempo, y con ese pensamiento anduvo entretenido toda la mañana.
2 comentarios:
vale, muy bien.Hay segunda parte no? por que me tienes enganchadísima...jeje
Elvira, esto lo puse no sé por qué. Pero es el retrato de una resaca. Tiene continuación pero hay que pulirlo todo un poco(o un mucho)
Publicar un comentario